sábado, 31 de mayo de 2014

Lo que la Lobos me enseñó en realidad ;)


Estudiar en una universidad como la Lobos, para una persona naturalmente introvertida, puede ser una experiencia bastante difícil…  Apenas ahora se está entendiendo que la introversión es algo bueno: es la cuna de la creatividad, y no implica de ninguna manera la inactividad o la pasividad, sino que tras una faz callada hay todo un mundo activo, completo y hasta casi sólido.  Si no fuera por los introvertidos, las grandes ideas artísticas no se llevarían a cabo; si no fuera por nosotros, el mundo no tendría hoy ciertos libros, pinturas u obras musicales.  Hoy, por fin, aunque no en todas las áreas del mundo, se entiende que ser introvertido es algo bueno, y que la introversión/extroversión es uno de los yin yangs más importantes de la humanidad…

En mis años de estudiante esto no se conocía, y ni siquiera en mis años de maestra…  el introvertido era maaaalo…  era al que teníamos que sacar del caparazón, que quitarle depresión o hacerlo que se involucraran más con sus compañeros para que estuviera “sano”.  El extrovertido era el completo, el que tenía inteligencia social y por ello el sano y el ejemplo a seguir para el resto de los compañeros.  Añádele al introvertido una dosis de hiperfantasía e hipersensibilidad y mételo a casi cualquier escuela de Durango en los años 90’s y 2000’s, y tienes sufrimiento asegurado…  (Me gustaría decir que en ésta década la situación ya cambió, pero por desgracia las estadísticas de bullying dicen otra cosa.  En eso no me meteré por lo pronto.  Aquí va en lo que me voy a enfocar a partir de la siguiente línea: el nacimiento de mi Yo Escritora.)

Introvertida en la Lobos ya me traía problemas… leyendo todo el tiempo, ah, pos que antisocial…  Métele que la música grupera y de banda (y el reggaetón) me ponen de malas, y que mi cabello morado o rosa  (y en una ocasión azul) entraban en conflicto con las chicas que buscaban a toda forma estar a la moda, y ya tienes la fórmula perfecta para continuar de paria social; si hablaba de El Señor de los Anillos o Harry Potter (o me ponía accesorios relacionados a esas u otras sagas) la gente en general me sonreía cordialmente y cambiaba de tema; una vez un chico que me gustaba me dejó de hablar porque le dije que soñé que yo era Buffy y que sabía que tenía que salvar al mundo con su ayuda…  Ah, y luego estaba el hecho de que por el medicamento psiquiátrico muy muy muuuuy rara vez podía tomar alcohol, así que eso le valía a la gente las excusas para no invitarme a salir con ellos (es en serio: me llegaron a decir “¿Para qué te invitábamos, si no tomas?”) (Erm, digo me “llegaron a decir”, pero la realidad es que todavía me ponen excusas como esas) (Eso, o hay gente que se sorprende cuando me ve con un vino blanco en la mano “¡Sandritaaaaa! ¿Cómo que TÚ tomaaaandooooooo?”).

Aún así, hay dos cosas que me hacen agradecer que por esos cinco años no estuve del todo sola: algunos amigos igual de singulares que yo, que ya sea que les gustara igual o más el Anime, la fantasía y los seres mágicos, y el hecho de que varios de mis profesores durante esa etapa se dieron cuenta de mis habilidades creativas y me apoyaron con todo para poder adentrarme en este mundo sin perder mis buenas calificaciones.

Otra cosa que tengo que admitir, muy para mi pesar, es que la marginación continúa hasta hoy; no por ya no estar estudiando en una “party school” o por haber cruzado el océano en pos de encontrar un mundo que sea mío, ha significado que he dejado de ser la rarita y la ignorada…  Suena a historia de llanto, o quizás a queja, pero es una realidad que he tenido que afrontar en los últimos meses, y que me ha hecho percatarme de que la culpa no la tuvieron ni el Colegio España ni la Lobos.  Que yo me haya insertado ahí por mis diferentes circunstancias, y haya vivido lo que tenía que vivir, eso ya es otra cosa…  La verdad es que no sé lo que hago para que la gente me deje de hablar, porque la mayor parte del tiempo es de buenas a primeras, sin dar ni la más mínima señal de que algo les iba mal de mí (honestamente, sé que no soy grosera o feíta con nadie, así que no tengo la más mínima idea de qué sucede)  (En fin, esto no es una queja; es una introducción para poder pasar al siguiente punto).

Yo no sé cuantos autores sean o hayan sido realmente sociales… Así, en el sentido total de la palabra: sociales.  No sé si en ocasiones ellos también se sintieran como yo…  Sé que Onetti llego a no ir a sus propias premiaciones; se que Tolkien se encerraba en su estudio y que su vida social consistía en juntarse en un pub  con otros autores a hablar de sus propias obras o de otros autores a quienes respetaban; sé que Oscar Wilde se las vio duras, aunque se movía en círculos muy vastos; sé que Austen también evitaba ciertas situaciones sociales; sé que Agatha Christie no tanto y que de hecho así sacó varias de sus mejores historias.  Si desde muy joven agarré actitudes similares, ¿eso ya bastó para que mi vida quedara marcada como la eterna marginada?

Si es así, y si mi amigo Luis Gerardo tiene razón en decir que los que están conmigo siempre van a estar, pues lo veré como la señal de que definitivamente lo mío lo mío está en las letras…  En meterme hasta dentro en mis historias y ahí vivir mi otra vida, la que tiene más sentido que la real.

Ahora sí vamos a la parte del agradecimiento hecho y derecho: como dije, estudiar en una escuela que es nacionalmente conocida por la cantidad de sus fiestas puede ser bastante difícil para alguien que tiene *ciertas* dificultades sociales… pero afortunadamente tuve varios maestros que se percataron de que mi introversión no era algo malo, y de hecho que mis habilidades creativas tenían que ser explotadas para llegar yo a una meta de acuerdo con mis gustos y placeres.  Creo que algunos de estos maestros supieron desde el principio que tarde o temprano me convertiría en escritora, pero en general todos me apoyaron en el camino que tomé…  y aunque hubieron algunas tangentes que en primera instancia parecerían pérdidas de tiempo (específicamente la actuación), para mí fueron experiencias valiosísimas que me otorgaron todo lo necesario para escribir mi primera novela, La Sombra Detrás, que está en Amazon Kindle, y para armar el libro de cuentos que estoy terminando de limpiar durante  estos días… que pronto subiré también a Kindle ;)

Entré en la Licenciatura de Relaciones Internacionales por tres razones: 1) por mi situación de salud no podía salir de la ciudad, así que busqué una carrera que me pudiera dar herramientas para la vida (no necesariamente para el trabajo, ya que la política y yo no nos llevamos bien, y ya había decidido que me mantendría en el área de las humanidades), 2) el currículo de la carrera me impresionó, todo lleno de Historia, Filosofía, y muuuucas materias que me permitirían entender e interactuar con el mundo entero (súper vientos, porque sí que me han servido…  todas menos la de Historia del Mundo Islámico, creo que esa me pasó de noche), y 3), ¡porque el Maestro Arturo Kampfner me ganó!  Por su carisma y toda la inteligencia que demostraba al hablar de las materias y de todos los conocimientos que uno adquiere y desarrolla en la carrera, inmediatamente me percaté de que él era un coordinador de carrera que, a pesar de su corta edad, ya sabía hacer su trabajo con eficiencia y calidad equiparables a gente con más trayectoria… Estoy segura que él leyó en mi mis intenciones, aunque nunca se lo he preguntado (el otro día lo vi, ¡de hecho el Día del Maestro!, y no le pregunté…  pero si de razones se tratan, fue por él por el que decidí hacer este pequeño semanario…) …  ah, sí, mis intenciones…  Creo yo que él vio en mí una artista que quería usar el mundo a su favor, y me dio todo tipo de licencias para hacerlo. Él, como casi todos mis demás maestros a lo largo de mi vida, me tenía mucho aprecio por lo buena estudiante que siempre he sido (repito, no la de mejores calificaciones, aunque ya en la universidad subí otro pequeño escalón en ese aspecto), siempre atenta no nomás a la clase sino también a la vida, y siempre lista para poner mis conocimientos a la práctica.  En fin, si no fuera porque él me dio la oportunidad de balancear la actuación con la carrera, yo no hubiera llegado tan lejos hoy…  se me figura que me hubiera quedado atorada en algún trabajo no del todo de mi agrado… O, como ya para entonces pensaba en meterme de maestra, quizá ahí estaría, en algo agradable pero con mi alma partida en dos, siempre pensando en lo que podría haber hecho para sacar algo artístico…

Ahora, la verdad es que en muchas ocasiones me tocó trabajo doble, porque como yo no quería perder la confianza del maestro Kampfner ni de mis otros maestros que me apoyaban, inicialmente Consuelo Mata, Tania Fernández, y posteriormente Olga Santos, (aunque  prácticamente todos mis maestros a excepción de uno o dos de esta etapa veían algo real en mí y me apoyaban bastante), pues no me quedaba de otra más que llegar a casa, comer rápido y hacer todo lo de la escuela en tiempo récord para poderme ir a ensayar Don Juan Tenorio de 5 a 11 con la Compañía Estatal de Teatro… y si faltaba algo a veces era llegar y comer algo rápido antes de media noche y seguirle hasta las 2, 3 o 4 de la mañana para entregar tal o cual cosa académica a tiempo…  La verdad disfruté mucho ese tiempo de mi vida, aunque pareciera que no, jajaja.  Tanto así lo extrañe cuando se acabó, que tuve mi periodo de irme al yoga a las 5 am todos los días, y posteriormente a natación (… ¿o fue al revés?), porque todavía necesitaba algo de esa actividad que te hace reacomodar tus horas y disfrutar algo físicamente.  No recuerdo por qué dejé de ir a ellos…

En fin…  hablando de los demás maestros, destaca Consuelo Mata, porque ella me llevó de la mano directamente al mundo de las letras.  Leyendo algunos de mis cuentos cortos hechos para clase, se dio cuenta de que ese era mi camino (recordemos que no la escuché del todo, sino que me fui a actuación, pero más adelante se unirán las dos vertientes artísticas, así que todo está bien, jajaja).  Ella me llevó a talleres y me instó a que iniciara la saga de Cassandra, ya que le había contado de su nacimiento y de todas las veces que había intentado empezar a escribir.  Por ella nacieron algunos de los cuentos que están en mi futuro nuevo libro, y de hecho por ella nació La Sombra Detrás, que en sus inicios era un cuento corto con la misma premisa pero con protagonistas niños (hermanos de 8 y 12 años, Ana siendo menor que Diego).  Ya ni se diga todo lo que aprendimos en sus clases, lo que me llevó, junto con lo aprendido con Tania Fernández, a desarrollar muchos de los arcos menores de Pentacle (algún día todos sabrán a lo que me refiero con Pentacle, a la saga de Cassandra y sus cinco partes: Iar, Tuath, Airt, Deas y Aethyr.  Iar será terminado muy pronto, ¡y ya de ahí no pararé!)

La maestra Tania fue también imprescindible para mi continua reafirmación del “sé tú misma”.  Ambas lo fueron.  Hicieron una mancuernilla muy importante para ese fin, y las dos me felicitaron continuamente por acarrear mi bandera con orgullo (en aquel entonces quería que fuera una bandera arcoíris, pero me vine a enterar en Vancouver que esa se usa para *otro* tipo de orgullo, uno que yo respeto y apoyo al 100%.  En fin…  ¿se vale una bandera de mandala con los colores del arcoíris? Por lo menos con unos dos mil o tres mil de ellos, porque eso de la millonada me cae que nadie lo podría visualizar adecuadamente… jeje).

Por último, pero decididamente no menos importante, la Maestra Olga Santos vino a sustituir al maestro Kampfner en todos sus sentidos…  No solo tomó su lugar como la coordinadora de la carrera, sino que además mantuvo intacto el apoyo hacia mis tendencias artísticas.  Con ella sentí un poco de vergüenza, de hecho, ya que a pesar de todo el apoyo recibido dejé el teatro, pero ella no dejó de sonreírme ni de alentarme a que buscara mi camino… ¡y escribí La Sombra Detrás!

Gracias, todo gracias a estas cuatro personas que en ningún momento me forzaron a que fuera otra persona, que no me presionaron para que me involucrara más con mis compañeros sino que me alentaron a que me metiera más dentro de mí misma, a que pudiera sacar todo lo que estaba ahí guardado, listo para empezar a formar letras…

Entonces, ¿qué aprendí realmente de la Lobos?  Aparte del currículo de primerísima categoría que ya mencioné, aprendí a vivir mi ser real, mi ser hecho de letras y de arte…  Y aprendí que no importa que tan marginado sea uno, siempre se tiene algo que decir, algo que amerite ser escuchado, ya la manera de hacerlo depende de cada quien…  También sé ahora que cuando vas viviendo cosas pesadas y duras, poco a poco uno se hace más fuerte, y así situaciones de rechazo local pueden permitir que cuando a uno le toque el rechazo internacional no sea tan pesado como pudiera haber sido sin tener el anterior…

Ahh, ¡pero esto también da herramientas! Y se trata de eso: de aprender, de no quedarse estancado en la situación (de rechazo, de fracaso, de estancamiento, como se le quiera llamar), sino que uno puede empezar a mirar atrás y quizás hasta ver sus propios errores en primer plano para empezar a cambiar actitudes o patrones, y que el futuro se vea menos complicado y mucho más venturoso…

Me estoy yendo por una tangente por la situación personal que estoy viviendo… pero pos que quede de aprendizaje, ¿no? Tanto para mí como para cualquiera que le pueda sacar jugo…  Como ya dije antes acerca de las palabras de Luis Gerardo: los que van a estar van a estar, y los que no, pues gracias por todo lo que me dieron; si la historia se acabó, mil bendiciones para sus vidas y mucha alegría bien merecida…

(para los que se quedan obvio que también, ¡nomás que a ustedes se los puedo seguir diciendo todos los días!)

Y en fin, para no seguir robando cámaras, de nuevo muchas muchas gracias a este cuarteto tan ilustre en mi vida, que la neta la neta, sin ellos en particular, no sé si hubiera (o cuándo hubiera realmente) empezado a escribir :D  … Maestros Arturo Kampfner, Consuelo Mata, Tania Fernández y Olga Santos, ustedes tienen tanto mérito en mi éxito actual, creciente y venidero, como los maestros que me han guiado en el arte de escribir…  ¡Y lo que aprendí en sus materias y en el resto de la carrera también es imprescindible para la calidad de mis escritos!

¡¡¡Gracias gracias gracias!!!

¡Y sus mil bendiciones y otras tantas además!

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